Uno negro. Ahora uno blanco. Uno rojo. Negro otra vez. Por ahí viene uno gris. Hay que prepararse. Mamá. Ella también se ha puesto en pie. Gris. Papá dijo que sería de color gris. Pero no es. No es. Se aleja. Pequeño. Cada vez más.
Rojo. Blanco. Gris.
Se detiene frente a nosotras. El hombre sonríe y baja la ventanilla. Rosaura, dice. Su acento. Mamá devuelve el saludo. Dice que está encantada. Yo sé que no es verdad.
Solo quiero quedarme. Solo quiero volver a por Albus. La cesta de peces sigue en el muelle.
Creo que el padre de Andrea también se ha tenido que quedar. Anoche estuvimos hablando hasta muy tarde. A mamá no le gusta. Llamaba a la puerta de mi cuarto para mandarme a dormir. Cuelga, Nita. Cuelga, cuelga, cuelga. Prefieren que no sepamos nada. No hay clases, no hay parque, no hay televisión. Solo silencio. Y sus miradas.
El coche huele a gasolina. Echo de menos a Albus. Mamá se ha sentado a mi lado. Parece calmada. Yo sé que se aguanta las lágrimas.
Anoche. Lloraba junto a mi padre y él no contestaba. Creo que porque tiene miedo. Lo miré a los ojos. Papá. Papá quiero ir a buscar a Albus. Lo he dejado vigilando los peces que cogimos en la playa. Papá dime qué pasa. Pero papá me revuelve el pelo y me envía a la cama.
–Cómo te llamas.
Los ojos del hombre en el retrovisor. Nita. Me oigo muy bajo. Viene de Ana.
Guiña un ojo y espera. A qué. A lo mejor debo preguntar. Cómo se llama usted. Pero no quiero saberlo. No quiero saber nada. Solo dónde nos lleva. Dónde. Anoche. Papá, dime dónde. A otro país, Nita. Nita, no puedes estar triste. Nos vamos a ver pronto, papá. Antes de lo que puedas imaginar.
Sé que no es cierto. Me tratan como a una niña. Claro que no sé qué pasa. Pero nos tenemos que ir. Yo quería seguir en mi casa. Y además.
–Mamá. Mamá, Albus sigue atado en el muelle. Dejamos allí la cesta con los peces y lo dejamos a él. Íbamos a volver más tarde.
Ella sonríe al hombre que conduce. Estos críos, dice. Quería traer al perro. No tiene importancia. No tendrías que haber ido a la playa. Pero quería ver a Andrea. Queríamos pescar unos peces y pasar un rato juntas. Comprar un helado y después volver a por la cesta. Pero entonces llamó mi padre. Qué haces en la calle, Nita, tienes que volver ahora. Y después llegar a casa y sus ojeras, el llanto de mamá, mañana os vais vosotras dos y pronto estamos todos juntos.
Nada más. No sé qué pasa.
El hombre vuelve a intentarlo. Amable.
–¿Qué llevas ahí?
Yo sostengo mi manzana.
–No hace falta. Tenemos comida. Hay batidos en el maletero. Y hay bocadillos y empanada.
Silencio. No es para comer. El manzano del patio trasero de casa. Huele a sal. Se oye el mar. Soy mucho más pequeña. Albus es un cachorro que ladra. Lo sembramos juntos. Papá. Mamá. Hace un sol, una vida, que no sé si existirán allí a donde vamos. A dónde el coche gris nos lleva. La luz. Las cortinas que se han volado por fuera de la ventana. Nita qué haces. Justo antes de salir. Y yo tranquila, sin llorar, coger una manzana.
A lo mejor con las semillas, después de pelarla. A lo mejor se puede cortar en pedazos hasta encontrarlas. Buscar un patio. Dónde vamos a dormir. En un portal, en una iglesia, en un gimnasio. Cuándo vamos a volver. Buscar un patio. Buscar la tierra, el sol. Regresar a casa.

Si te ha gustado, puedes ayudarme a continuar con mi trabajo.
Elige una cantidad.
O elige otra cantidad:
¡Muchas gracias!.
Donar